martes, 3 de noviembre de 2009

De vuelta al pago Flor


a los troperos y arrieros,
a los domadores de huellas,
amansadores del camino
y a Usté don Eleodoro,
que por su ejemplo
pinté este cuento.





Por la polvorienta huella que en las tardes trotea, erguido sobre su caballo
la cruz figura de un gaucho. Pitando una esperanza diba el hombre cavilando, la
vuelta al pago donde ella tan cándida lo esperaría en la tranquera tal vez! Silente y
atenta a su venir con la pava en la mano, tiznada de tiempo que no pasa sí él no esta
a su lado.
Entuavia apretaba el sol cuando la hacienda que el tropero llevaba andaba
por la huella. El paisaje desolaba, un desierto verdiamarillento, por ser otoño el
tiempo.
Allí andaba el gaucho haciendo patria a caballo y mientras ella tejía
ilusiones con lana de anhelos. Sentada en la galería, se hamacaba sobre la espera
de volver pronto a verlo, una telaraña le hacia las veces de almanaque. Su mirada
atenta, la vista puesta sobre la tranquera, forzando la en esquivar lapachos que
tiempo atrás y floridos, fueran testigos de su pasear en tardes estivales con aquel
que hoy espera. Debajo de los cuales, como cintas verdes crece un suave pastizal
que muchas veces sirviera de mantel pa´tardes de mate y chipá, otras pa´descansar.
A veces ella dormía con un Rosario de argamasa, con cuentas de Fe y
Esperanza de los que han clavado el arado y esperan mansos ver la semilla crecer,
pedía ella a la Virgen que cuide a aquel a quien ella su ausencia “…le tenia el
almita canguy…1” con el desvelo talvez de verlo al alba o al anochecer.
Más naides quiso pensar en el pobre gaucho, que con aguaceros, frío sol y
hambre cruzaba los llanos como único conchabo procurando en cada tranco una
sonrisa más para la Flor de su pago. Aquélla de apelativo Flor que ende veras tenia
1 Del guaraní: triste
otro nombre, esa que desvelaba al gaucho por un dolor, esa a quien él juró amor,
esa en que su sonrisa se dibuja en una bandada de aves que cruza el cielo azul de
las pampas, esa que cuando la piensa, la imagina, la sueña, comienza él a sonreír
ansína este solo o con otros arrieros. Esa que cuando escucha a su nombre, le
ilumina el rostro, presto entonces talonea su azulejo pampa queriendo antes llegar.
Varias leguas distaban del pago, solo los pastos amigos sabían su anhelo.
Entres sonrisas y cavilares también Indalecio “... buscaba el rancho, el ombú, la
china donde arrulla la torcaz en la glicina alentando un amor siempre esperado...” 2
También deseaba él empezar a ver las arboledas de su rendá3 La Ruvichá, el monte
chico de ucaliptos, la laguna, sentir el olor del campo. Sobre todo ansiaba ver la
garbo beldad de su hermosa mujer, los zafiros ojos de cielo, y sus manos de buena
madre, sebadoras de horas largas, capaces de ósculos como ninguna.
“Con todo cariño te beso”, asido por ese amor, fue todo lo que él dijo aquélla tarde
del despido. Alguno pensará: “que seco, que arisco!” Pero..... en ese beso él puso
el alma, y como muchas veces él le decía: “no me sabrás manco mi linda Florcita!,
pues en mi haber eh puesto todo por Vos”.
Llevaba hacienda de un tal Gutiérrez, a los ferieros del sur, allá por los Tres
Arroyos, al regreso traiba a su cuidado un lote de toros negros, en yuntas con otros
paisanos, varias cabezas de hacienda que venían para este lado. Detrás de la
paisanada grande, un gurícito montado en un zaino overo, arreaba seis carneros,
dos chivos y un tero.
Una cerrazón que no amainaba, hostigaba como negra tormenta, cargada de
tentaciones traicioneras, de desviar camino juyendo le al miedo, lóbrega
mefistofélica, parecía que el agua era evidente, el vacaje como huestes también lo
sentía, balaban los terneros asustados buscando protección en las ubres de sus
madres. Todo le hacia pensar que el trajín seria mas abrumador, pero el ancora4 de
su Flor, abrió sus vistas y pensó que el cielo pronto iría a escampar, que el viento
sur, iba con rumbo este, y fue como si en esa aura los labios della lo hubieran
besado.
2 Don Eleodoro Marenco
3 Del Guaraní: Pago, querencia.
4 Asidero es como motivo o razón, tonce´ seria ancora o asidero
“...vamo, vamo...” le dijo a su pingo Cantor, virtuoso animal que usaba
cuando tropero. No era agraciado, más bien algo senil y de pelo azulejo, pero... era
fiel y noble, capaz de pasar hambre y sed, por ese hombre que alguna vez lo
embozaló, lo hizo amigo y este se aquerenció.
Bajo la última y henchida nube, una franja esmeralda sobre restos de sol,
animaba a los baqueanos a seguir, mas pronto el lucero se vio, como cuándo el Niño
nació y este a los pastores guió.
De igual modo, rumbearon con dirección al astro, ya algunas luces de los
puestos del camino les indicaban que pronto estarían caduno en el Pago de su
sentir.
Mientras tanto y a la espera de llegar una pena nublaba su mirada, pues ya
había pasado tiempo de aquel último beso.
Oficio noble el del tropero que demanda la lontananza, pero que bien saben
estos que no es mas que la prueba que a veces la prenda nos pide pa´ ver si somos
güenos. Secó el hombre sus ojos, pues una pena triste lo pialaba, esas que nos
carcome el alma. De ahí que tanto cavilan los hombres del camino, de ahí los
versos tan bellos a la luna, a las estrellas, razón tienen de ser amigo de los grillo y
del sapo cantor.
Seguro de su volver, y con la sola música del escarceo de su caballo y de un
tero curioso, tanteo el facón, taloneo al Cantor, y silbando como Don Carlos, un
estilo campero pronto se vio el hombre acollarado a su linda Flor.
La sonrisa della fue tan grande y tanta su alegría, que el arco de sus labios
no cabían en su rostro, ni bien se apeó atino el hombre a decir “fermosa sin par
dulce y discreta”. El cuerpo de su princesa se aflojó de tanto, y él presto en estas
custiones, la asujetó y en sus brazos a las casas movieron.
La tarde caía y como él decía, “... llegar es un alto en el camino...”
“... Noble quehacer el del Tropero que lo que hereda cabe en su mano, mas
lo que pueda amar no cabe en su corazón y muchos menos en la razón
del que querer no quiera...”
Rojo Vivot, Pablo

lunes, 8 de diciembre de 2008

"El movimiento en su obra"

"...Lo que no logré, ni tampoco ninguno de los pintores costumbristas existentes, es darles a las figuras el movimiento que él les daba, tanto a gauchos como a caballos. Él lograba sentar a un paisano de a caballo como nadie..." (Entrevista a Francisco Madero Marenco)

"...Miren con detenimiento los caballos de Marenco…y sentirán su fuerza. Miren el brillo de los ojos de los paisanos que él pintó….y sentirán que están vivos..." (palabras de Guillermo Madero M. en la inauguración de la plazoleta Eledoro Marenco )















































































El caballo en sus mil posturas

"...el caballo en la cabeza lo tenés, podés trasladarlo a través de tu mano, pero al caballo hay que conocerlo en la yema de los dedos. No te canses de acariciarlo, de olfatearlo...". ( Palabras que Eleodoro Marenco confiara a Hugo Diez -pintor costumbrista- que marcaron a fuego su carrera)